jueves, 25 de julio de 2019

De Düsseldorf a Duisburg






Salimos de Düsseldorf con buen ánimo y sin demasiadas prisas camino de Duisburg. La mañana nos sonríe, un buen tono nos empuja y la temperatura nos ayuda. Viento a favor, el día promete.

El primer punto de interés que tenemos en el horizonte se encuentra en Kaiserwerth. Aunque está a unos 11 km desde el hotel, realmente está considerado como un barrio de Düsseldorf. Nos detenemos a hacer unas fotos en un parque, cerca de los edificios de Frank Gehry. Casi sin darnos cuenta, después de un rato pedaleando llegamos a nuestro primer objetivo. Lo que tenemos que ver en Kaiserwerth son las ruinas del Kaiserpfalz.

Kaiserpfalz es un Palacio Imperial que tiene más de mil años. Nada más bajarnos de las bicis tenemos la impresión de que es un espacio interesante. Tiene aspecto de haber sido algo más que un palacio, debe de haber formado parte de un gran complejo fortificado a orillas del Rin.




La ubicación es estratégica respecto al río, controlando el tránsito por sus aguas. Hay que recordar que por el Rin discurren y discurrían entonces importantes rutas comerciales. Era entonces y sigue siendo una auténtica autopista fluvial, con un flujo continuo de embarcaciones cargadas de mercaderías diversas. En el viejo complejo palaciego se aprecian restos de las antiguas murallas del recinto de más de cuatro metros de anchura, lo que da una idea del aspecto portentoso que podría tener el sólido fortín. Aunque por desgracia no queda mucho del antiguo palacio, un recorrido por estas ruinas te permite trasladarte siglos atrás e imaginar el papel que podía tener el lugar en la sociedad medieval germánica del momento.

Dice la wikipedia que ya antes había habido en el lugar un antiguo monasterio que fue destruido, presumiblemente del siglo VIII. Hay constancia documental de la existencia del palacio desde 1016 aunque la ampliación definitiva se realizó un siglo después por el emperador Federico I Barbarroja.

Cuando nosotros dábamos por terminada la visita llegó una madura pareja de israelíes que en bicis eléctricas están realizando el mismo recorrido que nosotros y con los que ya habíamos coincidido en algunos lugares anteriormente.

Al terminar el recorrido por el complejo reanudamos la marcha y cruzamos en el ferry al otro lado del río. Por la margen izquierda tenemos la posibilidad de visitar un castillo que puede ser interesante y no está demasiado alejado, únicamente supone incrementarle unos cuatro kilómetros a la etapa. El pedaleo de más vale la pena. El castillo está situado en Linn, al sureste de Krefeld, llamada la ciudad de la seda por la calidad de estos tejidos. Allá por el siglo XVIII envolverse en las codiciadas telas "made in Krefeld" llegó a convertirse en una obligación para emperadores, reyes y príncipes de la Iglesia. Al llegar a Linn encontramos en una esquina una escultura de bronce que incluye una maqueta de la ciudad y la situación del castillo, al sur de la población.



El acceso al recinto se hace a través de un puente de madera, que remata en una gran puerta con un enrejado levadizo para salvar la muralla que lo circunda. Desde la misma entrada la visión del castillo resulta espectacular, ofrece la imagen genuina de un castillo medieval. Es un precioso conjunto rodeado por un foso que servía de protección y aportaba majestuosidad al castillo, y de un pequeño lago. El marco resulta ideal para un paseo tranquilo.  

El castillo está ahí desde el siglo XII aunque sufrió una profunda remodelación doscientos años más tarde y se rodeó de una muralla poco después. En 1700 fue parcialmente destruido y estuvo medio abandonado hasta mediados del siglo XX, cuando se procedió a su rehabilitación para mostrarlo como ejemplo de las fortificaciones de estilo medieval que se construían en aquella época. Por suerte los trabajos de reconstrucción se hicieron de una forma minuciosa y hoy presenta un aspecto estupendo con un acabado estético muy llamativo, gracias al cual podemos trasladarnos sin problemas a la sociedad medieval germana e imaginar la vida palaciega del momento. 

En el interior del recinto hay varias edificaciones con antiguos aperos de labranza, el pabellón de caza, un museo arqueológico, una sala de exposiciones y un gran parque.




Nos entretenemos después comiendo algo, por lo que el resto del recorrido hasta llegar a Duisburg se realiza con pocas ganas y un pedaleo algo cansino. La meta se nos antoja cada vez más lejana, casi eterna. Al final, después de 55 kilómetros sobre la bici y con el culo algo recocido, nos detenemos ante el Palacio de la Ópera de Duisburg, donde se celebra algún acto cultural. Un grupo de titulados  luce diplomas y sonrisas para las cámaras delante del edificio, el ambiente es festivo, los semblantes trasmiten promesas de futuro. Por suerte, justo al lado de toda esta alegría un tanto desmelenada se encuentra nuestro hotel.



Damos una vuelta por Duisburg antes de recogernos y dar por terminada la jornada. Óscar nos explica que aunque no era natural de aquí (había nacido en Flandes), aquí vivió buena parte de su vida y aquí murió el famoso geógrafo Gerardus Mercator. A este astrónomo y matemático debemos la forma que tenemos actualmente de representar en plano una superficie esférica. Gracias a él tenemos los Atlas. Desde que estuvo en prisión en su país acusado de hereje por ser tolerante con el protestantismo, se trasladó a esta ciudad germana. En la plaza frente al ayuntamiento de Duisburg, la Burgplatz, hay una fuente con una estatua del célebre cartógrafo flamenco.

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