
El día se despierta amable, amanece con buenas intenciones y con ganas de agradar. La temperatura invita al optimismo, el paisaje y los cuerpos descansados ponen el resto para un arranque de etapa esperanzado. Las piernas se mueven con facilidad. Atravesamos el canal en el ferry para continuar por el lado izquierdo del río hacia el oeste siguiendo el ritmo serpenteante del agua. El camino discurre por la parte alta de los pólders, esos paramentos construidos para ganar terreno al avance del mar. El pedaleo es cómodo.


Hacemos una primera parada en Dreumel cuando todavía llevamos pocos kilómetros, porque nos llama la atención una escultura en bronce en la que se aprecia un plano en relieve de la ciudad con el acueducto que la abastecía.
Reiniciamos la marcha. Aprovechamos en Heerewaarden la aparición en un punto de nuestro recorrido de otro monumento en bronce (en este caso un memorial en recuerdo de los soldados aliados caídos en combate durante la Segunda Guerra Mundial), para tomarnos un pequeño descanso y reponer fuerzas (alguno también aprovecha para tontear).

Poco después, a la altura de Zaltbommel, vislumbramos a lo lejos un impresionante puente colgante por medio del cual una autopista cruza el río. En principio y desde la distancia da un poco de miedo pensar en meterse en ese infierno de coches a toda velocidad. Por suerte, en Holanda, incluso en estos casos de grandes infraestructuras para el tráfico rodado, se tiene en cuenta a los ciclistas y el puente dispone de una carretera para los ciclistas segregada del tráfico motorizado.

Caminamos por una Holanda amable, relajada, verde, con atractivos parajes naturales y una fauna variada y llamativa, que nos invita constantemente a detenernos para disfrutar, observar y fotografiar. En este sentido la bicicleta es un modo de transporte ideal. Viajar así te permite entrar en contacto directo con la naturaleza y alejarte de los ruidos propios de la ciudad, del bullicio, de las prisas, del tráfico rodado. Los oídos se relajan y dan paso a una forma de percibir absolutamente placentera. El silencio, que extrañamos porque no estamos acostumbrados a su presencia, nos acompaña amigable, nos ayuda a serenarnos, a sentirnos mejor y gracias a ello disfrutamos de manera más intensa del entorno y del paisaje.


No hay comentarios:
Publicar un comentario