sábado, 31 de agosto de 2019

De Gorinchem a Dordrecht




Nos ponemos a pedalear pensando ya desde el primer momento que el punto interesante del recorrido del día lo vamos a disfrutar en el Parque Nacional de De Biesbosch, que se presume extraordinario y con el que nos encontraremos más o menos a mitad de la jornada. Sin embargo, nada más cruzar por el puente al otro lado del río Waal hacemos una primera parada en Woudrichem para echarle una ojeada a la iglesia de Martinus Sint, cuya torre truncada nos llama la atención. Después recorremos un poco el entorno y descubrimos esa fortificación defensiva que defendía la ciudad. Y, como no podía ser menos, otro molino adorna la estampa desde la distancia.


Muy poco después de retomar la marcha nos adentramos en el parque nacional de De Biesbosch, un verde laberinto de pequeños ríos y arroyos con aguas cristalinas. Curiosamente es una de las pocas zonas del mundo (o quizás la única) con mareas de agua dulce, un paraíso acuático con cientos de especies de aves. Comprobamos que se trata de un lugar delicioso y relajante, un espacio de recreo en permanente contacto con el medio ambiente, que es frecuentado por estudiosos de la fauna, fotógrafos especializados en naturaleza, biólogos, ciclistas de toda condición, ornitólogos aficionados, estudiantes y curiosos.







Después de empaparnos en ese remanso de tranquilidad, tenemos que volver al trajín, retomamos el contacto con el asfalto y el pedal. Al salir del Parque Nacional cruzamos en el ferry a la otra orilla para enfilarnos camino ya de Dordrech (muy cerca), donde daremos por terminada la etapa del día. Dordrecht es la ciudad más antigua de esta zona de Holanda y posee numerosos edificios históricos. Ubicada en una isla y rodeada por otros ríos, se ha convertido en un importante puerto fluvial sobre el río Merwede y un destacado polo industrial para la zona y para Holanda.







jueves, 29 de agosto de 2019

De Wamel a Gorinchen


El día se despierta amable, amanece con buenas intenciones y con ganas de agradar. La temperatura invita al optimismo, el paisaje y los cuerpos descansados ponen el resto para un arranque de etapa esperanzado. Las piernas se mueven con facilidad. Atravesamos el canal en el ferry para continuar por el lado izquierdo del río hacia el oeste siguiendo el ritmo serpenteante del agua. El camino discurre por la parte alta de los pólders, esos paramentos construidos para ganar terreno al avance del mar. El pedaleo es cómodo.








Hacemos una primera parada en Dreumel cuando todavía llevamos pocos kilómetros, porque nos llama la atención una escultura en bronce en la que se aprecia un plano en relieve de la ciudad con el acueducto que la abastecía.

 

Reiniciamos la marcha. Aprovechamos en Heerewaarden la aparición en un punto de nuestro recorrido de otro monumento en bronce (en este caso un memorial en recuerdo de los soldados aliados caídos en combate durante la Segunda Guerra Mundial), para tomarnos un pequeño descanso y reponer fuerzas (alguno también aprovecha para tontear).


Poco después, a la altura de Zaltbommel, vislumbramos a lo lejos un impresionante puente colgante por medio del cual una autopista cruza el río. En principio y desde la distancia da un poco de miedo pensar en meterse en ese infierno de coches a toda velocidad. Por suerte, en Holanda, incluso en estos casos de grandes infraestructuras para el tráfico rodado, se tiene en cuenta a los ciclistas y el puente dispone de una carretera para los ciclistas segregada del tráfico motorizado.



Caminamos por una Holanda amable, relajada, verde, con atractivos parajes naturales y una fauna variada y llamativa, que nos invita constantemente a detenernos para disfrutar, observar y fotografiar. En este sentido la bicicleta es un modo de transporte ideal. Viajar así te permite entrar en contacto directo con la naturaleza y alejarte de los ruidos propios de la ciudad, del bullicio, de las prisas, del tráfico rodado. Los oídos se relajan y dan paso a una forma de percibir absolutamente placentera. El silencio, que extrañamos porque no estamos acostumbrados a su presencia, nos acompaña amigable, nos ayuda a serenarnos, a sentirnos mejor y gracias a ello disfrutamos de manera más intensa del entorno y del paisaje.  




Después de unos kilómetros el horizonte recorta desde la lejanía la silueta de un precioso molino. Impresiona. No es de extrañar que nuestro querido Sancho confundiese en mitad de la noche los molinos manchegos con enemigos gigantes. Son auténticos gigantes. Y hay muchos por aquí. Los molinos no suponen solamente una nota de color para una fotografía obligada en cualquier viaje a Holanda, sino que forman parte importante de la historia del país. Holanda es producto de una lucha constante contra el agua, una batalla eterna para lograr que la tierra avanzase, que fuese ganando terreno. Los molinos fueron parte de esa fuerza de choque contra el líquido invasor, un activo fundamental de ese ejército luchador e infatigable que, drenando en silencio, fue capturando espacios al mar, a las lagunas y a los pantanos para conseguir mantener la tierra a flote. Gracias a ellos Holanda está viva. Sin su esfuerzo alrededor del 40% del territorio holandés actual estaría bajo las aguas del delta del Rin o del Mar del Norte. Los holandeses diferencian claramente entre unos molinos y otros, aquí también hay categorías, no son lo mismo los que forman parte de la tropa que los oficiales, no son iguales los Poldermolen, los grandes molinos para el drenaje, que los Stellingmolen, con el mismo objetivo pero de dimensiones reducidas. 

Gorinchen, nuestro destino de hoy, es una ciudad de tamaño medio, a la que llegamos poco después de seguir pedaleando por estos parajes. El hotel en el que nos alojamos está un poco alejado del centro urbano pero decidimos dejar las bicis y hacer un recorrido a pie para conocer la ciudad. Al final, después de callejear, recalamos en la plaza principal para tomar algo a modo de cena. Elegimos una terraza al azar. Y acertamos. El ambiente es agradable, la gente muy tranquila, la temperatura resulta ideal, la velada distendida, la cena estupenda. Desgraciadamente el Museo Artoteek, que tiene buena pinta y está enfrente, permanece cerrado a estas horas. Las cervezas y el camino de vuelta a buen paso hacen que por momentos tengamos la sensación de que nuestro hotel (Van der Valk), que no estaba muy distante del centro a la ida, se ha alejado mientras estábamos fuera. Al final todo contribuye para que durmamos como bebés.



viernes, 16 de agosto de 2019

De Rhenen a Wamel

El día comienza discurriendo por el Parque Nacional Utrechtse Heuvelrug, un paraje natural de bosques, pastos y llanuras inundadas, cuya formación se remonta a la última glaciación.





Nuestra primera parada la hacemos desviándonos para ver el castillo de Amerongen pero, para nuestra desgracia, es lunes y los lunes no abren. Nuestro gozo en un pozo. Hay que volver en otra ocasión. Nos tenemos que conformar con hacer una foto desde la verja de entrada.



Un tanto frustrados continuamos la jornada. Remontamos en nuestras bicicletas, ahora camino de Wijk bij Duurstede (que significa algo así como alrededores de o barrio de Duurstede), una pequeña ciudad de la provincia de Utrecht que tuvo en su momento gran auge e importancia como puerto comercial hasta su destrucción por parte de los vikingos, donde tenemos la esperanza de poder encontrarnos con un nuevo castillo (Kasteel Duurstede).

La ciudad de Wijk bij Duurstede se encuentra en la margen derecha del Lek, uno de los ramales en los que poco a poco va desgajándose el Rin desde su llegada al delta, antes de desparramarse definitivamente en las aguas del Mar del Norte. En Wijk bij Duurstede nos sorprende un precioso, bien cuidado y curioso molino de viento de vistosa presencia, que es atravesado en su base por una carretera, por lo que se puede cruzar de un lado a otro en bicicleta o en coche. Más tarde nos enteramos de que es el único molino en el mundo que posee esta característica.


Atravesamos el molino con ánimos renovados después del encuentro afortunado con ese monumento singular, para seguir nuestro itinerario en busca del castillo perdido, ya muy próximo, que resulta ser otra preciosidad.

El castillo de Duurstede (Dorestad) es considerado por los expertos como uno de los castillos medievales más bellos de los Países Bajos y tiene el estatus de Monumento Nacional. Durante un tiempo fue propiedad de Carlos V. Posteriormente pasó a pertenecer a la provincia de Utrecht y después a depender de la ciudad de Wijk bij Duurstede. Sin medios para su mantenimiento, estuvo durante largo tiempo abandonado, descuidado y deteriorándose, hasta que en el siglo XX se procedió a su reconstrucción, una larga rehabilitación que se dio por finalizada en el año 2013. En la actualidad se puede visitar y es utilizado para eventos, celebraciones y espectáculos de diverso tipo.





Poco tiempo después de retomar la ruta, cruzamos por primera vez el río en el ferry hacia Riswijk y unos kilómetros más adelante tenemos que hacer lo mismo para atravesar otro canal desde la localidad de Tiel para desembocar directamente en  Wamel, nuestro destino del día. Justo al otro lado se encuentra el pequeño hotel Veerhuis, tranquilo, acogedor y con un aire romántico algo decadente.